martes, 24 de mayo de 2011

¡¡¡Embajadas cubanas sufren el Síndrome de Estocolmo!!!




Escrito por: Lissette Pino Rosado


Si éste fuera el titular de una noticia sobre Cuba, muchos quedarían alarmados pensando que las representaciones consulares de dicho país están siendo sujeto de secuestro. Porque sabido es la angustia y vejámenes que sufre un secuestrado. Resulta que en mi afán de ser tolerante y entender cómo existen personas de mi nacionalidad que aún comparten y apoyan la ideología impulsada por Fidel, se hizo la luz al pensar en el SÍNDROME DE ESTOCOLMO.


Bajo este síndrome los rehenes en su afán de protegerse tratan de cumplir los deseos de sus captores, quienes se presentan como benefactores de sus víctimas para aminorar las reacciones de estos. En su descontrol el rehén hace más soportable el secuestro convenciéndose a sí mismo de que tiene algún sentido y puede llegar a identificarse con los motivos del autor del delito al punto de poder llegar a desarrollar alguna relación emocional con este.


Cualquier semejanza es pura coincidencia como dice el refrán, haciendo un paralelismo con la isla, el titular sería mejor así: ¡!! Cubanas y cubanos sufren síndrome de Estocolmo!!!


Toda una vida nos enseñaron a los cubanos que los máximos jefes “no son los culpables”, que los culpables son “los que están alrededor de él”. En estas frases del imaginario popular cubano queda recogida la forma en que el cubano de a pie llega a justificar el mal manejo como presidente de un gobernante que a esta fecha cumple ya más de 50 años en el poder.


Soy el único fruto de la unión de un dibujante mecánico, ejemplar trabajador, padre, amigo, beisbolero, ex futbolista, habanero 100% y una madre 100% dedicada al ras de obsesiva para todo lo concerniente a su hija, excelente amiga, hija, esposa, digna estirpe de la famosa Maria Cristina del son de Ñico Saquito, guantanamera devenida habanera o guantanamera arrepentida.
Dedicado matrimonio que este año orgullosamente cumple 35 años juntos, me criaron como “a la niña de sus ojos”; pero tenían, usando el lenguaje de un agente de la seguridad del estado cubano, “un defecto”: NO MILITARON NUNCA en el PARTIDO COMUNISTA DE CUBA.


Y es aquí donde comienza el dilema que da luz a mí reflexión para que me entiendan: en Cuba, no ser del partido es “no ser” - shakesperianamente hablando. Eras o no eras, ahí está la cuestión. Y nosotros felizmente NUNCA FUIMOS… del PCC.


No existe partido oficialista en la isla porque no se permite otro partido. Con la llegada de Fidel al poder, la democracia cubana se volvió unipartidista; es decir, se perdió la democracia. Demos es pueblo, cracia es poder, pero a mis padres como pueblo nunca le preguntaron si querían un sólo partido; ni a mis abuelos, ni a mis tatarabuelos, ni a mis tíos, ni a las primas de mi mamá, ni a mis vecinos Miguel Rebollar y Rosalina, ni a Magaly y Emilio el violinista, ni a Emma la mamá de mi mejor amiguita. Ellos, como mis padres, también tenían voz; una voz que no opina que “los de alrededor de Fidel son los culpables” de que la República de Cuba, constituida un 20 de mayo de 1902 por elecciones libres, ahora es un país sumido en la miseria y el desengaño.


Desengaño que comenzó cuando Fidel y los de la Sierra Maestra no cumplieron el manifiesto en el que se comprometieron que a los 18 meses el pueblo cubano tendría elecciones libres y sólo llegó esto un 30 de junio de 1974, mucho después de abandonar Batista la silla presidencial; tras largos 15 años de probar tanto Castro como los de su “alrededor” el dulce elixir del poder.


Felizmente nací en cuna humilde de trabajadores, amantes de las buenas costumbres, orgullosos de ser cubanos porque Cuba no es sólo propaganda castrista, es Varela, es Luz y Caballero, es Martí, es Jorge Mañach, es Lezama Lima, es Virgilio Piñera, es José Antonio Echevarría que no pensó en socialismo, son mis abuelos maestros en huelga cuando Machado cerraba la Universidad de La Habana, el zapatero de la esquina, el pintor Pedro Pablo Oliva; somos la generación “Y” junto a Yoanis Sánchez, es mi amiguita testigo de Jehová que no saludaba la bandera y se mantenía en silencio cuando nos adoctrinaban en nuestra infancia a repetir sin conciencia: “pioneros por el comunismo seremos como el Ché”, o la católica que no tuvo miedo de que la vieran entrando a una iglesia los domingos la gente de su fábrica; es mi madrina tocando cazuela en los años 90 o cumpliendo prisión por segunda vez en Villa Marista por echar un bote al agua, soy yo que me niego a humedecer mi rostro cual Giraldilla ante el río Paraguay cuando mi mente, contemplando el sol en Chaco’í, busca el norte en La Habana, somos esa otra voz a la que no se atreven a darle un micrófono en una emisora por miedo a que digan la otra verdad.
No niego la verdad de otros en mi nación. Como nación e isla da cabida a la multiculturalidad.



Defiendo el espacio plural, los derechos humanos, la libertad de expresión, la libertad de creencia, la libertad de pensamiento. No soy rehén de nadie, a nadie tengo que hacer el juego para mantener mi integridad física y mental.


¡¡¡Somos una Nación y su diáspora sufriendo el Síndrome de Estocolmo!!! Son más de 50 años en los que nos han forzado a creer que todo lo mal hecho por un gobernante es fruto de “los que están alrededor de él”. Como pueblo aplicamos la ley de la supervivencia, todo por salir ilesos de un secuestro; somos secuestrados por el gobierno de Cuba donde quiera que estemos. Seamos conscientes ya, ¡¡¡DESPERTEMOS DEL SÍNDROME!!! Exige tus derechos humanos.

Fallecio en Asunción, despresiado por la politica cubana

Escrito por: Aldo Luberta Martinez

Sucedió el pasado domingo, 22 de mayo. Apenas conozco su nombre. Se llamaba Richard. Ignoro sus apellidos, y su lugar exacto de origen. Reitero, su gracia era Richard, tenía 37 años, ejercía la profesión de fisioterapeuta, y, como tantos compatriotas, abandonó Cuba para radicarse en nuestra querida Asunción.

Escasamente sostuvimos algún que otro intercambio de saludos. Nuestros encuentros fueron tan excesivamente exiguos, que su fisonomía llega a mí confusa, ambigua, indeterminada, equívoca. No logro descifrar su personalidad, empero, la odisea apocalíptica de la enfermedad que lo aquejó, meningoencefalitis e hipofunción hepática, me apenó hasta límites indecibles.



Falleció- certificó la doctora que, en la Sala de Terapia Intensiva, del hospital de Clínicas, atendió su caso- No se pudo hacer nada más.

En efecto. Richard, mi compatriota, dejó de existir, en el mencionado nosocomio asunceno, tras un vano, menesteroso, y agónico, intento por aferrarse a la vida. Richard, redundo, dejó de existir, rodeado de la acostumbrada solidaridad que caracteriza a los seres humanos, y, además, siendo víctima de la habitual discriminación que hieden, atufan, inficionan, rezuman, y exudan los funcionarios de las embajadas cubanas, hacia los compatriotas residentes en el exterior. Sí, porque el desprecio no es característica de la Embajada de Cuba en Paraguay, sino de todas las representaciones diplomáticas de la isla repartidas en todo el orbe. Insisto, de todas, sin excepción.

Desde el mismo preciso momento en que Richard fue reportado de muy grave, se comunicó sobre la situación a todos, y todos, que estuvieran en la disposición de contribuir con nuestro coterráneo, así lo hicieran. Y así lo hicieron. Muchos se personaron en el centro hospitalario, otros no dudaron en ofrecer sangre… Muchos y otros… Otros y muchos… Pero no hubo, ni en entre los muchos, ni entre los otros, un funcionario de la misión diplomática cubana en Paraguay.

Nada podemos hacer. No está censado- se excusaron irónica y “ponciopilatéticamente”.

Estar “censado”, para facilitar la compresión de todas, es, para ellos, estar registrado, a saber qué macabro, lúgubre, siniestro, y tétrico listado. Estar “censado” es, también, participar en las muchas actividades que a medida se organizan; festividades que son coordinadas con un fin, y luego resultan que fueron compaginadas como salutación a alguna que otra fecha asociada al invicto proceso revolucionario cubano. Richar no estaba censado, y por lo tanto era imposible que recibiera paliativos, insisto, provenientes de la Embajada Cubana en Paraguay, jalifas del gobierno cubano, no de los cubanos.

¡Qué paupérrimamente se valora la vida de un ser humano cuando, por sobre todo, priman las ideologías! ¡Qué vergonzosa actitud ante el padecimiento del prójimo! ¡Qué pusilánime, apocada, ignominiosa, abyecta y granuja postura de los representantes del gobierno cubano en estos lares geográficos!

No reclamo apoyo económico. No. El traslado de un cuerpo sin vida, allende las fronteras, resulta costoso, según averiguaciones, sobre los 10 mil dólares, y esa cantidad monetaria, en verdad, resulta elevada, aunque, y obviamente, si algunos de los administrativos sufre un percance parecido, y espero que no suceda, los trámites de traslado se agilizan en un periquete, 10 mil dólares incluidos.

Reitero, no exijo favores pecuniarios, solo presencia. Solo acudir. Solo personarse. Solo asistir. Pero no. No lo hicieron. Y no lo hicieron porque, sencillamente, Richard se había convertido en apátrida desde el preciso instante en que decidió radicarse fuera de Cuba. Lo hicieron porque, y a lo mejor no lo sabe, desde 1959 se confundió la palabra patria, con la palabra revolución, por eso, y según la ideología que identifica al sistema social imperante, en la mayor isla de las Antillas, hace poco más de 10 lustros, los que no se identifican con la revolución, no pueden, indefectiblemente, querer a la patria.

Richard abandonó Cuba, por eso no quiso a la revolución, por eso no fue patriota, por eso los funcionarios de la Embajada de Cuba en Paraguay, le negaron el apoyo moral y espiritual que tanto necesitó antes del fatal, e irreversible, desenlace. Revolucionario no fue, ni comunista, ni socialista, quizás ni le interesó la política, aspecto que desconozco, pero la patria sí estuvo con él. Una bandera cubana cubrió su ataúd durante el lapso en que transcurrió el velorio.

Apena, en demasía, la actitud anteriormente expuesta, pero sopesa que no pocos integrantes de nuestra comunidad, conjuntamente con amigos paraguayos, lo hayan asistido y, a su vez, permitido que recibiera digno tratamiento tras apagarse su escasa existencia. Quizás los familiares en la isla, su anciano progenitor y una hermana, se les imposibilite visitar donde su amado Richard descansa eternamente; quizás lloren, además, por no presentarse en el último adiós al hijo idolatrado, al hermano querido; quizás anhelen colocar, al menos una flor, en el cenotafio que cubre su cuerpo inerte, pero de seguro agradecerán el encomiable esfuerzo de la colectividad cubanoparaguaya.

En lo que a mí respecta no estuve con él, o mejor, no pude estar con él. Supe de su afección ya en los estertores, y ofrezco disculpas. Ofrezco disculpas, y parafraseo la conclusión de “Paula”, novela de la excelsa chilena Isabel Allende, para finalizar esta consecución de ideas:

“Adiós, Richard, hombre; bienvenido, Richard, espíritu”.