Escrito por: Aldo Luberta Martinez
Sucedió el pasado domingo, 22 de mayo. Apenas conozco su nombre. Se llamaba Richard. Ignoro sus apellidos, y su lugar exacto de origen. Reitero, su gracia era Richard, tenía 37 años, ejercía la profesión de fisioterapeuta, y, como tantos compatriotas, abandonó Cuba para radicarse en nuestra querida Asunción.
Escasamente sostuvimos algún que otro intercambio de saludos. Nuestros encuentros fueron tan excesivamente exiguos, que su fisonomía llega a mí confusa, ambigua, indeterminada, equívoca. No logro descifrar su personalidad, empero, la odisea apocalíptica de la enfermedad que lo aquejó, meningoencefalitis e hipofunción hepática, me apenó hasta límites indecibles.
Falleció- certificó la doctora que, en la Sala de Terapia Intensiva, del hospital de Clínicas, atendió su caso- No se pudo hacer nada más.
En efecto. Richard, mi compatriota, dejó de existir, en el mencionado nosocomio asunceno, tras un vano, menesteroso, y agónico, intento por aferrarse a la vida. Richard, redundo, dejó de existir, rodeado de la acostumbrada solidaridad que caracteriza a los seres humanos, y, además, siendo víctima de la habitual discriminación que hieden, atufan, inficionan, rezuman, y exudan los funcionarios de las embajadas cubanas, hacia los compatriotas residentes en el exterior. Sí, porque el desprecio no es característica de la Embajada de Cuba en Paraguay, sino de todas las representaciones diplomáticas de la isla repartidas en todo el orbe. Insisto, de todas, sin excepción.
Desde el mismo preciso momento en que Richard fue reportado de muy grave, se comunicó sobre la situación a todos, y todos, que estuvieran en la disposición de contribuir con nuestro coterráneo, así lo hicieran. Y así lo hicieron. Muchos se personaron en el centro hospitalario, otros no dudaron en ofrecer sangre… Muchos y otros… Otros y muchos… Pero no hubo, ni en entre los muchos, ni entre los otros, un funcionario de la misión diplomática cubana en Paraguay.
Nada podemos hacer. No está censado- se excusaron irónica y “ponciopilatéticamente”.
Estar “censado”, para facilitar la compresión de todas, es, para ellos, estar registrado, a saber qué macabro, lúgubre, siniestro, y tétrico listado. Estar “censado” es, también, participar en las muchas actividades que a medida se organizan; festividades que son coordinadas con un fin, y luego resultan que fueron compaginadas como salutación a alguna que otra fecha asociada al invicto proceso revolucionario cubano. Richar no estaba censado, y por lo tanto era imposible que recibiera paliativos, insisto, provenientes de la Embajada Cubana en Paraguay, jalifas del gobierno cubano, no de los cubanos.
¡Qué paupérrimamente se valora la vida de un ser humano cuando, por sobre todo, priman las ideologías! ¡Qué vergonzosa actitud ante el padecimiento del prójimo! ¡Qué pusilánime, apocada, ignominiosa, abyecta y granuja postura de los representantes del gobierno cubano en estos lares geográficos!
No reclamo apoyo económico. No. El traslado de un cuerpo sin vida, allende las fronteras, resulta costoso, según averiguaciones, sobre los 10 mil dólares, y esa cantidad monetaria, en verdad, resulta elevada, aunque, y obviamente, si algunos de los administrativos sufre un percance parecido, y espero que no suceda, los trámites de traslado se agilizan en un periquete, 10 mil dólares incluidos.
Reitero, no exijo favores pecuniarios, solo presencia. Solo acudir. Solo personarse. Solo asistir. Pero no. No lo hicieron. Y no lo hicieron porque, sencillamente, Richard se había convertido en apátrida desde el preciso instante en que decidió radicarse fuera de Cuba. Lo hicieron porque, y a lo mejor no lo sabe, desde 1959 se confundió la palabra patria, con la palabra revolución, por eso, y según la ideología que identifica al sistema social imperante, en la mayor isla de las Antillas, hace poco más de 10 lustros, los que no se identifican con la revolución, no pueden, indefectiblemente, querer a la patria.
Richard abandonó Cuba, por eso no quiso a la revolución, por eso no fue patriota, por eso los funcionarios de la Embajada de Cuba en Paraguay, le negaron el apoyo moral y espiritual que tanto necesitó antes del fatal, e irreversible, desenlace. Revolucionario no fue, ni comunista, ni socialista, quizás ni le interesó la política, aspecto que desconozco, pero la patria sí estuvo con él. Una bandera cubana cubrió su ataúd durante el lapso en que transcurrió el velorio.
Apena, en demasía, la actitud anteriormente expuesta, pero sopesa que no pocos integrantes de nuestra comunidad, conjuntamente con amigos paraguayos, lo hayan asistido y, a su vez, permitido que recibiera digno tratamiento tras apagarse su escasa existencia. Quizás los familiares en la isla, su anciano progenitor y una hermana, se les imposibilite visitar donde su amado Richard descansa eternamente; quizás lloren, además, por no presentarse en el último adiós al hijo idolatrado, al hermano querido; quizás anhelen colocar, al menos una flor, en el cenotafio que cubre su cuerpo inerte, pero de seguro agradecerán el encomiable esfuerzo de la colectividad cubanoparaguaya.
En lo que a mí respecta no estuve con él, o mejor, no pude estar con él. Supe de su afección ya en los estertores, y ofrezco disculpas. Ofrezco disculpas, y parafraseo la conclusión de “Paula”, novela de la excelsa chilena Isabel Allende, para finalizar esta consecución de ideas:
“Adiós, Richard, hombre; bienvenido, Richard, espíritu”.
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